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MATAHARIS

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Mataharis, de Icí­ar Bollaí­n, es una muy buena pelí­cula española. Es decir: no sólo no tiene pretensiones de ser el no va más, sino que es difí­cil recordar un momento especialmente memorable que sobresalga de lo que, por otro lado, es una historia cohesionada, muy currada, con interpretaciones contenidas y sin alarmismos, y absolutamente carente de lo más parecido a una estética visual. Es un film por naturaleza introspectivo en el que un grupo de detectives privadas descubren que los casos que investigan no son más que puntos de la trama completamente artificiales y especí­ficamente concebidos para que afecten a su faceta de mujeres enamoradas, en camino de ello o a punto de dejar de estarlo. Parece que lo he dicho como si fuera un punto negativo y no es así­, porque Bollaí­n es completamente honesta y desde el principio deja claro que si queremos ver un thriller, mejor que nos vayamos a la sala de al lado a ver Promesas del Este. Ésto es otra cosa.

No. En realidad, Mataharis es un examen de lo que es ser una mujer adulta y responsable hoy en dí­a. Son detectives, son madres, son esposas, son novias. Deducir si en la vida laboral son puestas a prueba por ello no es lo que más interesa a su directora. La batalla se libra de puertas para adentro. No es que yo sea un absoluto crack en lo que a relaciones se refiere, pero es fácil deducir que ellas son las encargadas de sopesar con más cuidado que nosotros el ambiente emocional de la pareja, en parte porque, siendo completamente sinceros, creo poseen un radar finamente calibrado para detectar cualquier variación en lo que a niveles de cariño o confianza se refiere, son las que recuerdan absolutamente cada conversacion í­ntima en su carpeta C:\Mi Relación, de capacidad ilimitada, y estructurado para organizar prioridades sentimentales. Una tensión prácticamente insoportable. Para explorar aún más este tema, Mataharis nos presenta a cada una de sus protagonistas en un determinado estado de una relación sentimental. Lo hace de una forma tan afectuosa que, lejos del petardeo tradicional manchega woman power de Almodóvar el Frustrado, es fácil ver en sus protagonistas a amigas nuestras, o a las novias, o a conocidas de oí­das. Inés es una joven periodista metida a sabuesa que está a punto de sucumbir al enamoramiento. Eva, por su parte, es una de tantas treintañeras con una relación a punto de cumplir los cruciales siete (cifra simbólica) años de existencia y en la que, por lo tanto, las bases para confirmar una compañí­a más permanente pueden recibir el último martillazo en cualquier momento (uno de esos golpes que pueden asentar las cosas pero que, si es demasiado fuerte, puede romper la estructura por completo). Y Carmen, oh, pobre Carmen: a sus cuarenta y tantos tacos, mujer madura, sus investigaciónes de casos de rollete extramatrimonial no hacen sino poner de relieve que hace mucho que su propio matrimonio carece de tiene pulso, y es muy posible que sea demasiado tarde para que lo resuciten.

La virtud del film, pero lamentablemente lo único por lo que merece la pena ser recordado, es la facilidad con la que Bollaí­n y su coguionista, Tatiana Rodrí­guez, logran presentar sus actividades laborales como detonante de sus vidas privadas. Los personajes secundarios como el que interpreta Antonio de la Torre, carentes de cualquier tipo de rasgo especí­fico, sirven en este sentido. No es que sean soluciones espectaculares, pero son un logro algo raro de ver en el cine español, donde causa y efecto suelen ir la una hacia Parla, la otra hacia Tarifa.  De esta forma, Mataharis resulta que es espectacularmente mecánica en cuanto a su desarrollo, pero mantiene siembre la incertidumbre sobre la forma en la que se resolverán las relaciones emocionales de nuestras protagonistas y los casos en los que trabajan. Todo ello se contempla, como espectador, asintiendo con la cabeza y con cierto gesto de satisfacción. No para tirar cohetes pero mira: por lo menos se han molestado en resolverlo con corrección, con especial interés a la trama que investiga Inés (unos apellidos no estarí­an mal, porque tanto da llamarla “La Pelirroja”), y que remite a ciertas cuestiones de robos en una empresa llamémosla X, sindicalistas y subcontratas. En cualquiera de estas investigaciones, el film pasa sobre ellas lo justo: no es que se diseccione la vida de un detective privado, una cámara oculta y poco más; y en ningún momento llega a ser un suspense trepidante, pero es lógico y trabajado. Es un aspecto secundario del film pero que no se desdeña. Su punto fuerte, las discusiones parejiles, son mostradas con naturalidad y sencillez: ni peleas, ni berridos, ni nada. Seres racionales dialogando sus problemas. Lo que es bueno porque no es fácil ya que la procesión va por dentro. Lo que es malo porque no da vidilla y a veces me parece que es necesario pasarse un poco de la raya para mantener alerta al espectador. Nota a destacar: pocas veces hay frases forzadas y apenas se da la sensación de que los actores esten leyendo el texto de una pizarra. Milagro.

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Y el caso es que son tantas las energí­as que deposita en el guión, que Bollaí­n suele preferir supeditar el estilo del film a la historia que cuenta, en plan rollo free cinema y/o Loach que te crió. Nunca ha sido Brian De Palma, que se diga, pero en cada peli que ha hecho, ha logrado salvar la situación, confiando en la indiferencia visual de espectador español esporádico. Hasta ahora, porque no habí­amos comentado aqui ninguna peli suya. Señoras y señores: Mataharis, visualmente hablando, es una verdadera mierda. Plano medio, plano detalle, contraplano, plano máster. Repetir. Esta peli es una especie de lección básica para principiantes contada con cámara en mano. Y en una historia como ésta, ni siquiera pone particular interés en lucirse en las tramas detectivescas. Añadase a ello una cámara que tiembla como metida en una batidora. Añádase una banda sonora de cuatro notas. Una fotografí­a que casi parece en blanco y negro (increí­ble que sea de Kiko de la Rica, que en Torremolinos 73 hizo un trabajo excepcional). No es que sea visualmente pobre: Mataharis contiene algunos de los planos más feos que he visto en años, y a nivel sonoro su banda sonora no ayuda (cuatro notas, canción de Rosendo). Menos mal que la directora hace todo lo posible para que esto no importe mucho, porque un examen más detenido revela que Uwe Boll podrí­a enseñarla un par de cosas en lo que a mover la cámara se refiere. Pero dado que para Bollaí­n es más importante el contenido de los planos, es justo reconocer que en esta parte la clava, en particular a la hora de dirigir actrices, cuya elección ya es de primeras un espléndido acierto de casting. Maria Vázquez tiene esos ojos grandes e inocentes que acompañan a su personaje recién entrado en harina. Najwa Nimri se come la pelí­cula y es algo que pensé que nunca escribirí­a en esta página. No sólo ha aprendido a hablar empleando sus cuerdas vocales: trabaja con un papel difí­cil, porque es el que más evoluciona, y sale del envite perfectamente. Ninguna de estas actrices hace creaciones: se limitan a asumir los aspectos de sus personajes. No nos dan información sobre ellos que los haga más humanos, aunque no tenga nada que ver con la historia. Pero Mataharis es un film con bastante chicha emotiva, y la pamplonica en cuestión aborda su rol con cabreo y ganas, animando la peli y sobresaliendo así­Â un puntito del resto. Su historia con Tristán Ulloa es la mejor de todas: la más rica en situaciones y claramente, la base sobre la que se establece el resto del film, hasta el punto en que las otras dos casi parecen escritas para que la pelí­cula pueda ser considerada un largometraje. Pero Nuria González es la auténtica bestia parda del film. Su actuación es precisa al milí­metro, es la más difí­cil de todas, es la más profunda y la más empática: a diferencia de Nimri o de Vázquez no está buscando una respuesta. Está buscando una liberación. Uno de los mejores momentos del film involucra un baile entre ella y uno de sus clientes. Como sucede en el resto del film, no es tan importante el baile si no lo que viene después: el primer paso a eso que la Cosmopolitan llama independent woman, un concepto que se olvida de todo lo que suele conllevar. Si alguno de vosotros pertenecéis a ese selecto y valiente grupo de aquellos que han dejado alguna vez a su novia, este personaje os llega, fijo.  

Por su parte, los actores masculinos cuentan con menor trascendencia (en especial Adolfo Fernández, que tanto da que su papel lo hubiera interpretado él, o yo o una maceta), pero por muy planos que sean, en ningún momento se les trata de forma injusta y se aprecia la gran inteligencia de Bollaí­n que ni se le pasa por la imaginación ir de feminista recalcitrante: intenta pillar de refilón el considerado como gran “pero” de los tí­os, nuestra incapacidad para la comunicación emocional. Rompamos una lanza por nosotros y digamos que interpreta que ésta es una cualidad masculina basada en el miedo o la vergüenza, negando el hecho de que, simplemente, somos incapaces de disolvernos en una relación de la misma forma en la que lo hacen las mujeres. Digamos que para nosotros el estado de la relación en un momento concreto no nos importa…hasta que nos importa: nos jode perder, pero lo que es el marcador no nos importa demasiado. Pero puntos a favor: no hay ningún “mujer tení­as que ser”, o pegaesposas, o estereotipos quemados, en definitiva, del macho ibérico. La directora abordó esta cuestón con bastante sensibilidad y mucha brillantez en Te Doy Mis Ojos, así­ que nos esperábamos cosas buenas en este sentido. Y no defrauda.

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LO MEJOR: Muy sólida. Todo tiene que ver con la historia. La interpretación de Nuria González. El film da la sensación de trabajado, de voluntarioso. Tiene una idea que contar y la cuenta. Tiene conciencia de ser una pelí­cula, con sus personajes, con sus dilemas, con sus movidas, pero lo hace sin sensación de gravedad, y lo hace de una forma cercana y sin pretensiones. Parecen chorradas pero recuerdo que España es un paí­s en el que se producen pelí­culas que más que films son una acumulación de planos pegados uno detrás de otro; o bien por otro lado, tratados filosóficos escritos por niños de seis años. Y nadie suele decir nada hasta que es demasiado tarde.

LO PEOR: Visualmente da pena. Además, está tan concentrada en el guión, que la pelí­cula lucha por respirar. No hay un sólo momento humorí­stico y eso no ayuda. No se relaja. Los mecanismos que emplea hacer avanzar la acción son demasiado evidentes (véase la escena del correo electrónico) y las tres tramas están tan desvinculadas entre sí­ que cuando se acercan un poco, la peli chirrí­a. Lo peor, en el fondo, bastante intrascendente. Lo que cuenta no nos cambia la vida, no nos ilumina, no nos enseña gran cosa. No está hecha para perdurar, y le cuesta horrores entretener. Creo que Bollaí­n es una directora, de verdad, extremadamente inteligente y que en vez de huir de los tópicos, los abraza e intenta profundizar en ellos con valentí­a. Creo que es lo mejor que tenemos hoy por hoy. Pero si es cierto ésto, y de cara a una saludable industria española que no puede esperar cuatro años a que haga otro film que no está destinado a arrasar taquilla o quedar en el recuerdo, sino simplemente dejar un muy buen sabor de boca, la frase entera es la siguiente: si esto es lo mejor que hay, estamos en problemas.


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